Solo ante el peligro/II


Otra ocasión en la que me quedé solo (o casi) en mi juicio sobre una película a la que todo mundo le gustó, menos a mí. Y que la nación me lo demande.

Bajo California, el Límite del Tiempo (México, 1998), opera prima del exeditor Carlos Bolado, arrasó en la entrega de los Arieles 1999 ganando la mayoría de las estatuillas y fue aplaudida por casi todos mis colegas. A mí, la verdad, nunca me ha terminado de convencer.
Sin duda, Bajo California... es una película bellamente fotografiada (cámara de Claudio Rocha y Rafael Ortega) y tiene una magnífica banda sonora de Antonio Fernández Ros. Aun así, la cinta carga un lastre demasiado pesado: su archiconvencional historia sobre un mexico-americano (Damián Alcázar olvidando y recordando su acento gringo cada 30 segundos, risible actuación que le valió un Ariel) que, en busca de sus raíces, huye de su casa de California dejando atrás a su mujer embarazada, para viajar a la Baja a visitar la tumba de su abuela.
Viaje iniciático cual debe ser, el filme avanza a través de sus preciosas imágenes y a golpe de simbolazo limpio (ballenas en la costa, mordeduras de serpiente, asistencia a un funeral de una niñita, visita a ciertas pinturas rupestres). Bajo California... quiere dejar un mensaje trascendente, filosófico, profundo. No lo logra. Su vacío formalismo termina por ahogar a la cinta entera.
Bolado dijo, en su momento, que cree en las películas que se pueden ver más de una vez, como las de Tarkovsky y Angelopoulos. De acuerdo con eso. Pero Bajo California, el Límite del Tiempo, no tiene nada que ver con el cine de ellos. El filme puede verse una vez, para disfrutar de sus imágenes y de su música. Pero, ¿verla en más de una ocasión?: lo dudo... aunque yo lo he hecho y no he cambiado de opinión. La cinta sigue sin convencerme.

Comentarios

No, aquí no está solo mi estimado, tampoco me gustó la película. Y eso de que se deba ver como un filme de Tarkovsky o Angelopoulos, me parece algo de plano malsano. En fin, cada uno sus pretensiones. Eso sí, en eso le doy más puntos a Fernando Sariñana: él quiere hacer cine, cine comercial, y sí, lo hace. Ahí no hay pretensiones de pseudo-artísticas o choros reformistas acompañando al estreno ¿Qué no la película debe defenderse sola una vez que se hace? ¿De dónde salen todos esos directores insultando a críticos y audiencia por no haber entendido, o de plano llamándolos imbéciles, explicándole qué deben de ver? Made in Mexico, señores.

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