Toulouse 2012/II



HU-Enigma (HU, Brasil, 2011), segundo largometraje documental de Pedro Urano -aquí codirigiendo con Joana Traub Csekö- me recordó, guardando las distancias, al reciente documental mexicano ¡De Panzazo! (Rulfo y Loret de Mola, 2012). En los dos filmes, el centro es la denuncia de un problema bien conocido: en el caso del filme nacional, el fracaso de la educación pública; en HU-Enigma, el lamentable caso de los servicios públicos de salud, representado por un descomunal Hospital Universitario -de ahí las siglas: HU- que está abierto y funcionando sólo en una de sus partes. La otra parte del enorme edificio está sin utilizar, destruido, herrumboso.
Así, mientras en una parte del edificio se ofrecen, mal que bien, todos los servicios de salud posibles, en otra parte de ese mismo edificio, vemos la obra negra deteriorándose, vastas habitaciones llenas de escombros, pasillos oscuros llenos de humedad en donde es posible ver correr a una rata, puertas bloqueadas con ladrillos para evitar que entren ladrones y vagabundos... Un hospital que quedó a medias de todo: sirve para algo, pero sólo en partes, aquejado por el mal crónico de los servicios públicos en Brasil, México y puntos intermedios: la falta de dinero y la mala administración de éste.
La pantalla se divide continuamente en dos secciones. Mientras a la izquierda vemos a médicos, pacientes y funcionarios hablar de los problemas del hospital, a la derecha vemos el estado lamentable de las instalaciones abandonadas. El documental es pertinente por toda la información que nos ofrece pero supongo que lo que muestra no es ninguna novedad para el ciudadano brasileño promedio... Por eso mismo me recordó ¡De Panzazo! Aunque habría que decir que HU-Enigma es más coherente en su puesta en imágenes.
A propósito de puesta en imágenes. Sentados frente al Fuego (Alemania-Chile, 2011), segundo largometraje de Alejandro Fernández Almendras (opera prima Huacho/2009, no vista por mí; capaz editor del documental El Salvavidas/Alberdi/2011, reseñado en la entrada anterior), tiene todo el sello estilístico del minimalismo sudamericano, con las tomas extendidas de rigor y el sempiterno encuadre fijo, roto por ocasionales movimientos de cámara.
La cinta, escrita por el propio director, está dividida en cinco segmentos, titulados de acuerdo con alguna línea dicha en los diálogos y fechados de octubre de 2009 a octubre de 2010. En estos segmentos -ubicados en distintas poblaciones de la zona central chilena de Bío Bío- vemos a Daniel (Daniel Muñoz) lidiar estoicamente con la enfermedad de su esposa Alejandra (Alejandra Yáñez). En sentido estricto, no pasan gran cosas en el filme -el hombre trabaja en el campo, llega a la casa a convivir con su mujer, en algún momento le hace cariñosamente el amor, adopta un gato al que alimenta- pero el rigor de la puesta en imágenes y el gran rapport entre los dos actores hacen una gran diferencia. 
En este sentido, hay una escena notable hacia la mitad del filme: la pareja acaba de hacer el amor y la cámara sostiene su mirada fija y sin corte alguno en la conversación, íntima, graciosa, conmovedora, entre los personajes. Los dos se confiesan sus correrías juveniles, hablan de la familia, de lo que hacían antes de conocerse, de cierto día que hicieron el amor en el trabajo, etc. La calidez entre Muñoz y Yáñez y la relación en pantalla de los dos actores dotan de una gran humanidad a esos largos minutos en los que la cámara no se mueve ni un centímetro. Pero, además, no queremos que se mueva: lo que dicen y cómo lo dicen hace que uno desee que la escena no termine nunca. 
Sin sentimentalismo alguno, sin chantaje de ninguna especie, sin tremendismo melodramático, Fernández Almendras entrega un sobrio pero emotivo filme sobre el amor maduro, la vida en la pareja y la muerte. Otra cinta chilena digna de revisión.

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