Filosofía Natural del Amor



Con su segundo largometraje, Filosofía Natural del Amor (México, 2014), Sebastián Hiriart confirma que los logros de su opera prima A Tiro de Piedra (2010) no fueron de chiripa. Estamos ante un meritorio filme que se mueve entre la ilustración documental-ensayística y la narración dramática convencional. Así, un modo de producción -el documental erótico/psicológico/naturalista- comenta otro -las cuatro ficciones que van avanzando a lo largo de la cinta-, mientras cada segmento nuevo -sea documental, sea de ficción- complementa el anterior.
Manuel (Manuel Castro Rosas), un solitario trabajador de las prensas de Excélsior con 36 años de edad, entabla una curiosa amistad -y acaso algo más- con una jovencita secundariana que apenas tiene 16 años; una pareja de novios extranjeros (Sae Bluff y Jacca Jordan) viaja de mochilazo limpio a algún remoto lugar de la geografía tropical, entre mar, manglares y bichos; un taxista chilango (espléndido Jorge Zárate) visita un antro de mala muerte en donde hace migas con cierto travesti; Vicente (el ubicuo Gabino Rodríguez) se topa con una amiga de la adolescencia en Ciudad Universitaria con quien, acaso, tiene algo importante qué compartir. 
 Mientras estas cuatro historias se van desarrollando, cada una de ellas centrada en ciertos aspectos del amor erótico -la represión sexual en el caso del taxista, el amor puro en la historia de Manuel, la violencia en el segmento universitario, las dinámicas animales entre macho y hembra en la sección selvática-, la narración es interrumpida por imágenes documentales de insectos socializando o copulando y, también, por una decena de testimonios -¿reales?, ¿actuados?: da lo mismo- en los que diferentes parejas confiesan sus broncas, sus frustraciones, sus alegrías o sus manías frente a la cámara, entre los apuntes chistosones de cierta comedia romántica ya casi clásica (Cuando Harry Encontró a Sally/Reiner/1989) y los duros interrogatorios emocionales de la obra maestra Maridos y Esposas (Allen, 1992).
Más allá de que dos de las historias están directamente conectadas -el taxista es papá de la muchachita que está noviando con el treintañero Manuel-, Hiriart logra enlazar las distintas vetas de la película a través de una fluida puesta en imágenes -fotografía del propio Hiriart, Pedro González Rubio y Jerónimo García Naranjo- en la que vemos cómo la mirada de un personaje parece dirigirse hacia el espacio de la otra historia o en la que cierto movimiento de cámara inicia en un segmento y continúa en el otro. Así pues, los peligros del amor erótico -ah, qué difícil es resistirse a esos peligros- son ilustrados de distinta manera, visual y reflexivamente, entre imágenes de bichos varios, confesiones gozosas/patéticas, historias bien ejecutadas y hasta un cameo clave de Hugo Hiriart, el orgullo de su nepotismo del joven director. O, más bien, al revés volteado.

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